domingo, 25 de enero de 2009

Llegaron los Guanches: Aportes al estudio de la presencia canaria en la colonia de Santo Domingo

Los flujos cuantitativos de individuos y/o familias archipielágicas se venían produciendo con cierta intermitencia y distintos grados de intensidad desde 1517, año en el cual “el veedor Cristobal de Tapia obtiene licencia para llevar a la isla, desde las Canarias, diez maestros y oficiales capaces de fabricar ingenios y azúcar”[2]

En lo adelante, el componente canario destacó, primero en la ejecución de faenas agrícolas, artesanales y ganaderas, hasta que a traves del contrabando, y mediante la proliferación de pequenos comercios tales como pulperías, logró insertarse en la dinámica productiva local.

Sin embargo, la crisis demográfica, económica y sanitaria que desde el mismo siglo XVI empezó a manifestarse y azotar inmisericordemente a La Española, impulsó a una cantidad considerable de pobladores a tratar de abandonar clandestinamente la parte oriental de la isla en provecho de destinos mas atractivos y prometedores tales como Cuba, Mexico, Venezuela e incluso el propio Guarico francés.

Es decir que a pesar de que los canarios se incorporan a la conquista de las Indias desde el momento mismo del “descubrimiento”[3], su preponderancia en Santo Domingo, en tanto que grupo homogéneo, llegó a la vuelta de casi dos siglos, primero con la fundación extramuros de la Villanueva de San Carlos de Tenerife (1684) y luego con las masivas oleadas migratorias de mediados del siglo XVIII. Durante todo este período, fueron acogidas numerosas familias de Garachico, El Hierro, La Gomera, La Laguna, La Orotava, Las Palmas, Tacoronte y Tenerife.

Es de considerar la figuración de colonos canarios, por un lado concentrados en la refundación de la meridional villa de Puerto Plata (1736) por el otro, repartidos a lo largo y ancho de la geografía insular, en ocasión de los asentamientos de San Juan de la Maguana (1733) San Fernando de Montecristi (1752) Santa Bárbara de Samaná (1756) Sabana de la Mar (1760) Neiba (1761) y Nuestra Señora de Regla de Baní (1768).

Especial mención merece la presencia canaria en los establecimientos de Lares de Guaba (1664) Bánica (1691) Hincha (1704) San Rafael de la Angostura (1761) San Miguel de la Atalaya (1768) San Gabriel de las Caobas (1768) y Dajabón (1776) todas villas activas de la banda fronteriza, que en lo sucesivo vibraron al compás del comercio ilegal con el francés.

Es preciso aclarar que tambien los portugueses, arraigados en las Afortunadas desde tiempos inmemoriales, las utilizaron para emprender la carrera de las Américas y burlar así las exigencias y rigores impuestos desde Sevilla. De suerte que las Indias Orientales se conviertieron en escala obligatoria para todos aquellos, hispanos o no, que por cuestiones de limpieza de sangre, nacionalidad o religión, tenían vedado su paso hacia las nuevas tierras.

En el caso canario, se trata entonces de una verdadera maréa humana, de carácter ultramarino, que por lo general se insertó en las capas medias y bajas de una población con la cual posteriormente se mezcló; trajo consigo sus costumbres, idioma, tradiciones, música, danzas y arte culinario, mismos que rapidamente esparció por los cuatro puntos cardinales del antiguo Santo Domingo español.

Este prolijo elemento diseminó y reprodujo los inconfundibles apellidos “isleños” que aun hoy abundan en cada una de nuestras ciudades, pueblos y parajes. Los Abreu, Acosta, Aguilar, Alfonso, Bello, Delgado, Herrera, Machado, Marrero, Pereira, Saviñon y muchos de los Alvarez, Cabrera, Díaz, García, González y Hernández que perduran hasta nuestros días, son el resultado de esa intrépida progenie guanche que, desafiando los inumerables obstáculos de la travesía trasatlántica, echó raíces en esta tierra e hizo de ella su nueva patria. A todos ellos nuestro homenaje y reconocimiento.
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[1] Gentilicio con que se denominó a los indigenas naturales de Canarias.
[2] Deive, Carlos Esteban “Las Emigraciones Canarias a Santo Domingo Siglos XVII y XVIII” P. 9 Fundación Cultural Dominicana, 1991.
[3] Incorporación, por demás, tímida, toda vez que la conquista castellana de las islas se produjo en forma casi paralela al “descubrimiento” de America.

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